Welcome To Our Awesome Magazine WordPress Theme

El 1 de octubre del 2019 en la gran ciudad

Por: Jhonny Tamayo Verdezoto

Las personas de la gran ciudad son miles.

Entre esos miles hay diversidad. Entre su vestimenta, costumbres, pensamientos.

Entre esa diversidad, cada día pasan historias que al final les unen, sin saberlo.

Las personas se juntan cuando miran que otras escuchan la misma música, costumbres similares, pensamientos de causas justas.

El trajinar en la gran ciudad comienza antes que se vaya el amanecer, finaliza muy noche, dependiendo las rutinas diarias. Desde muy temprano, se levantan para empezar sus actividades. El olor de un café caliente en la cocina del hogar, el morocho y la empanada en la esquina del barrio, el pan con fundita de yogurt en la tienda popular, todo es bueno para el estómago antes de subir al transporte.

Viajan en un auto de marca Chevrolet, en un bus tradicional, en el trole de cinco puertas. Todo transporte es necesario, para llegar puntual al lugar del trabajo, para que no se sean multados ni regañados por el atraso.

El sonido de la sirena se escucha al momento que el reloj marca las 8:00 am, se lo escucha hasta cuatro cuadras a la redonda, la sirena está afuera y adentro de la infraestructura industrial. Las colocaron días después de su construcción, por el año de 1995, está en uno de los pilares que sostiene la puerta principal de ingreso de las obreras y obreros. Esta puerta tiene un diámetro de 7 metros de largo y 5 metros de alto, así pueden ingresar los camiones grandes que les suministran la materia prima del campo y la ciudad. Por aquella década de los 90, la construcción de empresas textiles estaba en apogeo en el centro histórico. Lugar reconocido por sus edificaciones coloniales, algunas las mantenían en buen estado, otras las dejaron que sucumban con el tiempo y la maleza. Sus dueños, provenientes de la burguesía local, habían acumulado su fortuna, gracias a la herencia de sus padres.

La familia Cordobés, llegó a tener su reconocimiento entre los círculos industriales. Para la nueva empresa habían adquirido una sorprendente maquinaria de costura, que constaba de 50 cocedoras. Otros espacios bien diseñados con profesionales de la arquitectura, estaba las grandes bodegas que almacenan cientos de rollos de telas, de todo tipo. Los espacios de corte, de empaque y distribución, completaban la empresa industrial. Han pasado 29 años desde su construcción, son 95 trabajadores/as que la mantienen activa.

Marco llegó con 10 minutos antes, como era su costumbre, vino en su auto color gris, de marca Chevrolet, ingresa siempre por la puerta posterior, queda en la calle de atrás de la empresa. Baja una rampa y lo estaciona en uno de los lugares del parqueadero, al lado derecho, en el área que está un letrero con el nombre de “Administrativos”. Luego de bajarse se apresura a timbrar en el biométrico, camina a su oficina en el segundo piso, adornada con cortinas plásticas movibles. En la puerta de vidrio está un pequeño rótulo que menciona “Supervisor”. Entre una de sus funciones es exclusivamente, controlar el trabajo de las obreras y obreros. A decir de sus patrones tiene que ser cuidadoso y vigilar que los trabajadores no se equivoquen y desperdicien la tela, caso contrario el descuento al salario viene cada mes a los obreros/as. Marco nació en la gran ciudad, su padre y madre migraron desde su provincia Imbabura luego de finalizar el colegio, tuvieron cuatro hijos, él es el segundo. Logró ingresar a la Universidad Central, obtuvo el título en la Facultad de Administración, con ello accedió a trabajar en la empresa al puesto de Supervisor.

Franklin al escuchar la sirena a una cuadra, corrió tan rápido que pudo hacia la puerta principal. Al timbrar en el biométrico ya constaba las 8:02 am. Los dos minutos se acumulan al listado de los otros atrasos anteriores, en su mente contabiliza que son 12 minutos en este mes de septiembre, luego de dar un golpe a la pared se dirigió al cuarto de empleados del área de empaque, lugar donde se cambian su ropa para colocarse el overol jean azul. Saluda con los demás trabajadores presentes. Empieza su labor organizando los productos del día anterior que no salió aun a la venta. Franklin lleva 5 años en la gran ciudad, viajó desde su pueblo para tratar de enviar dinero a su madre, hermana y hermano.

Martha había viajado en el trole, desde el sur hasta el centro, la parada de Santo Domingo era su llegada de costumbre, junto a docenas de personas caminan hacia arriba, al barrio Ipiales. Timbra en el biométrico a las 7:55 am. Se dirigió al lugar de la cocina para beber un poco de café negro, se puso su overol de tela gris. Su área de trabajo está en una de las máquinas cocedoras de marca “Singer”. Cada obrera tiene un espacio determinado, también un número de productos que realizar por día, semana, mes. 10 juegos de sábana, 5 cobertores por día. Martha saluda a sus compañeras obreras que se encuentran cerca, el lugar de producción es muy extenso. Cuando desea ausentarse algunos minutos de su puesto, tiene que pedirle permiso al supervisor. Ella nació cerca de la gran ciudad, en el sector rural, luego de acabar la escuela y colegio en su parroquia, tuvo que alquilar una vivienda por el sur, ahí conoció a un joven, entre ilusiones y caricias tuvieron su primera hija. Las necesidades crecieron, aprendió a cocer en la máquina industrial para sobrevivir.

Un día martes, 1 de octubre del 2019, en la hora de almuerzo de los trabajadores/as, Marco buscaba a Franklin para que le ayude urgente para despachar producto en un camión que esperaba en el parqueadero.

Al ingresar al comedor general, preguntó a una de las chicas

¿Saben dónde está su compañero Franklin?,

Martha al escucharlo le respondió

–salió almorzando de aquí, debe estar atrás por el patio-.

Marco, rápidamente fue hacia allá. Lo encontró con otros dos compañeros, fumando un cigarrillo.

–Franklin vamos que me ayudes urgente a despachar 200 sábanas, el jefe está apurado con un cliente que quiere llevarse a otra provincia-.

Mientras subían los juegos de sábanas empacadas en bolsas plásticas, Franklin se percató que el dueño del camión tenía mucha prisa,

¿por qué tiene tanto apuro jefecito?,

-Tengo que viajar hasta Carchi hoy mismo, para cruzar la frontera hasta Colombia mañana, según el gobierno dicen que van a subir los precios de los combustibles-,

¿Si eso pasa jefecito habrá paro?,

-Sí es lo más probable, según escuché a los dirigentes de los transportistas pesados-.

En la noche de aquel día, los trabajadores/as miraron la cadena nacional del gobierno neoliberal de turno transmitida por la televisión, radio y redes sociales, anunciaba que se subirán los combustibles.

¡Se viene el paro popular! –gritaron los trabajadores, en todos los rincones-

En los barrios populares de la gran ciudad, toda la noche estuvieron a la expectativa de lo que podría venir, para enfrentar en colectivo una nueva lucha social, -Se unirán los indígenas, los jóvenes, las mujeres, los pequeños comerciantes, los profesionales, todo el pueblo- decían los trabajadores.

Se venía la lucha colectiva contra las medidas económicas neoliberales que ahogan sus escuálidos bolsillos y aprietan sus delgados estómagos…inicia el rojo octubre plurinacional.

Share Post
Written by
No comments

LEAVE A COMMENT