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El gabinete de Daniel Noboa ha desplegado una intensa campaña de relaciones públicas para promover sus ideas de gobierno. Como parte de esta estrategia, se organizó una entrevista con Jon Lee Anderson, periodista del New Yorker, quien perfiló a Noboa después de múltiples encuentros entre marzo y abril de 2024.

Sin embargo, esta entrevista resultó ser contraproducente para el gobierno, que buscaba establecer la imagen de Noboa como un «joven estadista» ante la comunidad internacional. En lugar de ello, el perfil presentó aspectos de su personalidad que incluyen arrogancia, petulancia, soberbia y autoritarismo. Anderson, conocido por su habilidad para captar detalles sutiles y no conformarse con las versiones oficiales, destacó actitudes y comentarios que otros medios más complacientes podrían haber pasado por alto.

Anderson no se limitó a mencionar las expresiones despectivas de Noboa hacia otros líderes regionales, como referirse a Bukele como arrogante, a Petro como un snob de izquierda y a Milei como alguien poco genial. Más revelador aún fue el enfoque en el extenso aparato de seguridad y militarización que rodea a Noboa, tanto dentro como fuera de Ecuador. Se mencionó la presencia de guardias de seguridad privada, incluyendo uno de nacionalidad israelí, y la supuesta cooperación en seguridad e inteligencia con la CIA y el Mossad.

Durante las conversaciones, tanto con Anderson como en sus apariciones públicas, Noboa mostró insensibilidad al burlarse de las condiciones inhumanas en las que viven los presos en la Roca, además de proponer la construcción de una prisión en la Antártida como una medida «viable». Este comportamiento subraya la crueldad que puede manifestar el Estado a través de un solo individuo como Noboa.

El artículo también reveló la dependencia buscada por Noboa hacia Estados Unidos, expresando en una reunión con la CIA su solicitud de apoyo financiero y logístico centrado en la frontera con Colombia, en lugar de implementar políticas efectivas contra la inseguridad.

Además, Noboa se ha presentado repetidamente como víctima, alegando intentos de asesinato y conspiraciones en su contra para ganar simpatía pública y desviar la atención de sus críticos.

Recientemente, el gobierno ha respondido con una narrativa de victimización frente a intentos legislativos de destituirlo por incompetencia mental, una controversia que ha servido para intensificar la publicidad para ambos lados y distraer del verdadero debate sobre el autoritarismo gubernamental y la ineficacia legislativa en Ecuador.

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