La Migración: Una crisis global alimentada por el capitalismo
En 2023, la migración se ha convertido en un tema central tanto en Europa como en América, reflejando las profundas desigualdades del sistema capitalista. Según la Organización Internacional para las Migraciones, más de 286.000 personas llegaron a Europa de manera irregular el año pasado, desencadenando un acalorado debate en los gobiernos y partidos políticos. En particular, la extrema derecha ha utilizado este fenómeno para justificar su retórica nacionalista y xenófoba, mientras que los gobiernos europeos han implementado políticas de seguridad más rígidas que estigmatizan a los migrantes.
En América, la situación no es menos alarmante. En lo que va de 2024, más de 230.000 personas han cruzado la selva del Darién, la peligrosa frontera natural entre Panamá y Colombia. Esta ruta, que conecta Sudamérica con Centroamérica, ha sido transitada por migrantes de diversas nacionalidades, entre ellos ecuatorianos, que representan poco más del 6 % de esta oleada migratoria. Según fuentes del gobierno panameño, entre el 1 de enero y el 25 de agosto de 2024, 231.089 migrantes irregulares atravesaron la selva en su camino hacia Norteamérica, siendo los venezolanos la mayoría con un 66,3 %, seguidos por colombianos y ecuatorianos.
En Europa, el panorama migratorio también es significativo. Casi 3,5 millones de personas emigraron a la Unión Europea en 2022 como refugiados con estatus de asilo. En 2023, alrededor de 4,2 millones de ucranianos recibieron protección temporal en la UE, mientras que sirios y afganos siguen liderando las solicitudes de asilo, con aproximadamente 100.000 presentadas en 2023.
Este masivo desplazamiento de personas es, en muchos casos, una consecuencia directa de las políticas capitalistas. Las potencias imperialistas ven en la mano de obra migrante una oportunidad para reducir costos y maximizar sus ganancias. Trabajadores nepalíes, por ejemplo, son entrenados para laborar en las industrias de plásticos y electrónica en Malasia, mientras que obreros navieros trabajan en Gran Bretaña. En Moldavia, la mayoría de la población vive en el extranjero para ganar lo necesario para sobrevivir, y en El Salvador, muchos trabajadores deben migrar a Estados Unidos para mantener a sus familias.
Estas realidades evidencian cómo en los países «desarrollados», donde el capitalismo está más avanzado, la burguesía imperialista se aprovecha de la migración para obtener grandes beneficios económicos. El Banco Mundial, portavoz de los grandes capitales, ha intentado suavizar esta realidad presentando la migración como una «oportunidad» para el desarrollo, especialmente por las remesas que sostienen las economías de muchos países pobres. En América Latina, las remesas representan hasta el 8 % del PIB, con México recibiendo la mayor parte.
Sin embargo, este «desarrollo económico» no se traduce en un verdadero desarrollo social. De hecho, el 41 % de las mujeres migrantes a nivel mundial enfrenta violencia de género, trata y pobreza. Además, en los países de origen, el abandono de familias, especialmente de niños, los deja vulnerables a la delincuencia, el narcotráfico y otros problemas sociales. La pobreza, el desempleo y la violencia, todos síntomas del capitalismo, obligan a las personas a migrar en busca de una vida mejor. No obstante, aunque estas personas contribuyen a la economía de sus países, su migración también genera complicaciones que agravan la crisis social y económica en los países más pobres, creando un círculo vicioso del que pocos logran escapar.
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