La guerra de Israel contra los niños palestinos
Por Rafael Narbona
En Gaza no hay guerra, sino limpieza étnica y genocidio. Los francotiradores de las Fuerzas de Defensa de Israel disparan contra los niños palestinos, a veces de meses, apuntando a la cabeza o el abdomen. Quizás esos niños son afortunados, pues suelen morir en el acto. Otros muchos agonizan bajo los escombros o en hospitales sin analgésicos ni morfina. Los médicos han relatado que muchos llegan con gravísimas quemaduras, aullando de dolor. Se han realizado amputaciones de urgencia a la altura de la ingle en niños heridos, sin poder emplear ningún anestésico. El doctor Mohammed El Najjar narra los gritos de un niño con horribles quemaduras. Durante toda una noche, repetía sin descanso: «¡Ayúdenme, por favor!».
No creo que a Netanyahu le preocupen los rehenes de Hamás. La inteligencia israelí ya había recibido advertencias sobre la inminencia de un ataque contra el batallón Gaza y los Kibutz situados a escasos kilómetros de la Franja. Sin embargo, no se hizo nada, tal vez porque representaba la oportunidad de poner en marcha la «Solución Final al problema palestino». El terrorismo está en el ADN de ese proyecto colonial llamado Israel. El 22 de junio de 1946 el Irgún, un grupo paramilitar sionista, voló el Hotel Rey David, sede de la comandancia militar del Mandato Británico en Palestina. Murieron 91 personas, 17 de ellos judíos. Al Irgún le pareció razonable sacrificar la vida de unos cuantos judíos para conseguir su objetivo de expulsar a los británicos. Imagino que Netanyahu ha realizado un cálculo semejante con la vida de los rehenes. Su muerte le parece un precio razonable a cambio de destruir Gaza.
Menájem Beguín y Isaac Shamir llegaron a ser primeros ministros de Israel. Ambos habían militado en el Irgún y los dos estuvieron implicados en el atentado contra el Hotel Rey David. De hecho, Shamir era el jefe del Irgún y fue quien ordenó el atentado. Israel no es una creación del judaísmo, sino del sionismo, una ideología supremacista. Disparar a la cabeza de los niños palestinos forma parte de su lógica criminal. Al igual que los niños judíos exterminados durante la Shoah, representan la posibilidad de un futuro que se desea frustrar. Ya nadie se cree que criticar los crímenes contra la humanidad del gobierno de Netanyahu constituya un gesto de antisemitismo. Tampoco es creíble que Netanyahu sea el único responsable. Al igual que Hitler, cuenta con el apoyo de la mayoría de la sociedad israelí en su agresión contra Gaza.
Justificar el genocidio de Gaza invocando los execrables atentados del 7 de octubre es tan absurdo como justificar el golpe de Estado de Franco alegando que grupos de exaltados habían incendiado conventos e iglesias. Un crimen no se corrige con un crimen aún mayor. Además, no se puede privar a los palestinos del derecho de resistencia contra la ocupación. Eso sí, ese derecho no comprende el asesinato de civiles.
Ya han muerto 50.000 palestinos, pues hay que contar los cadáveres sepultados por los escombros. 15.000 eran menores. Este genocidio no habría sido posible sin las armas proporcionadas por EEUU, «el principal proveedor de violencia en el mundo», según palabras de Martin Luther King. La responsabilidad de la UE no es menor, pues sus países miembros también venden armas a Israel. A estas alturas, ¿quién puede creer en las leyes internacionales? Los gobiernos pisotean impunemente los derechos humanos. La esperanza ya solo puede venir de las protestas ciudadanas. Es una esperanza débil y con escaso poder, pero es lo único que queda y por eso es urgente y necesaria.
Tomado: Periódico Opción
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